Si bien es una leyenda del norte argentino (de Misiones o de la región de la misiones guaraníticas, más exactamente), la comparto por ser una especie que se ha adaptado muy bien a Córdoba y embellece nuestras primaveras con sus flores azules.
Esta historia sucedió en una aldea del norte en el tiempo en que los jesuitas llegaron a la Argentina para inculcar la religión y educar a los indios.
Cierto día, llegaron a la misión un caballero y su hija. La muchacha había heredado los rasgos de SU padre, el pelo azabache y la mirada profunda, junto con una ancha sonrisa que la convertían en una mujer de gran belleza. Ella Y su padre se instalaron junto a los jesuitas, y desde entonces colaboraron en su día a día.
Una tarde, la bella María, que así se llamaba la muchacha, salió a pasear por los campos que rodeaban la aldea. El joven indio Mbareté se encontraba trabajando la tierra, Pero al darse la vuelta y ver a la chica se quedó prendado y tuvo que parar. Por su parte, María también se había fijado en él.
Apenas si cruzaron una mirada, pero fue suficiente para que sus corazones dieran un vuelco. A partir de entonces, Mbareté intentó ocuparse de tareas que le permitieran estar lo más cerca posible de su amada, y así, después de unos días, pudieron tener un breve encuentro a solas. Sin embargo, Mbareté no conocía el idioma de María, y sólo pudieron comunicarse, através de gestos.
El indio no quería que esa situación se repitiera, y le pidió a un jesuita amigo que le enseñara castellano. Hasta entonces no había demostrado el más mínimo interés por la lengua, pero a partir de aquel momento se puso a estudiarla con tesón. Mientras araba la tierra repetía las palabras que el religioso le había enseñado y hacían clases cada noche. Al cabo de unos meses, Mbareté volvió a acercarse a Maria. Cuando pudieron, se apartaron de los demás y se escondieron detrás de unos arbustos. Entonces, el chico se le
declaró. En castellano, claro. María se sorprendió y se emocionó al ver el esfuerzo que había hecho el indio. ¡Para llegar a decir esas palabras debía de haber estudiado mucho! De este modo supo que su amor era verdadero, igual que el de ella, y se besaron largamente. Mbareté tenía aún otra sorpresa: habia ideado un plan. Sabía que el padre de Maria nunca aprobaría aquella relación, así que le propuso que construyeran
una cabaña cerca del río, a algunos kilómetros de la aldea. Cuando estuviese preparada, huirían y vivirían allí,
María dudó. Efectivamente, su padre no vería con buenos ojos aquella relación, no había ninguna posibilidad de que le pareciera apropiada, así que después de pensar durante unos minutos, aceptó la propuesta. Había encontrado al que ella sabía que era el amor de su vida y no estaba dispuesta
a perder aquella oportunidad.
duro yLos meses que siguieron sirvieron a los enamorados para preparar la cabaña. Mbareté hizo el trabajo más duro y María, cuando sus clases de catequesis se lo permitían, tejió sábanas y cortinas. Cuando todo estuvo a punto, planearon la huida. A Maria le dolía marcharse sin dar explicación alguna a su padre, pero comprendía que era la única forma de hacerlo. La noche acordada se encontraron en la entrada de la aldea y huyeron hacia el que a partir de sería su nuevo hogar.
A1 día siguiente, el padre descubrió extrañado la ausencia de su hija. Después de buscarla durante todo el día, quiso acusar a los indios de haberla secuestrado, y un jesuita le dijo que últimamente se la veía mucho con Mbareté, que también habia desaparecido. Furioso, el padre organizó un grupo de búsqueda para salvar a su hija. Estuvieron varios días intentando descubrir algún rastro, pero no encontraron alguna.
Mbareté sabía bien cómo debía borrarlas. Por desgracia, a veces la casualidad es traicionera, y fue así como el padre acabó por descubrir el hogar de los amantes.
Cuando vio a su hija con el indio, le dijo que se apartara de él, que había venido a salvarla. Lo tenía encañonado, pues estaba seguro de que se había llevado a su hija contra sus propios deseos y estaba dispuesto a acabar con su vida.
-Padre, no le apuntes, pues no ha hecho nada malo -dijo María- Me marché por mi propia voluntad, porque le quiero y quiero compartir mi vida con él.
El hombre no bajaba el arma. Saber que su hija se había ido con aquel indio le enojaba más si cabe. Apuntó. y disparó. Lo hizo justo cuando Maria se interponía entre él y Mbareté. La bala fue directa al corazón de María, que cayó muerta. Su amado no tuvo tiempo ni de reaccionar, pues con una sangre fría aterradora, el padre le apuntó y le mató también a él. Hecho esto, dejó los dos cuerpos tendidos en el suelo y volvió a la aldea.
Al día siguiente, se arrepintió de haber dejado a su hija allí y fue a buscarla para enterrarla. Sin embargo, cuando llegó no quedaba en el lugar ni rastro del incidente. Sólo una cosa había cambiado: en el lugar donde yacieron los amantes el día anterior, se erguía, orgulloso, un magnífico jacarandá cubierto de flores. Dios, desde el cielo, se había apiadado de la pareja y había hecho nacer el hermoso árbol, robusto como
Mbareté y con flores tan bellas como María.