El año pasado Pablo publicaba esto en su blog:
Hace unos cuantos años, saliendo de una conferencia, una persona se acercó y me pidió una tarjeta personal. Realmente no me acuerdo la cara de esta persona, pero me dijo algo que me marcó durante muchísimo tiempo.
Al ver mi tarjeta me preguntó porqué no ponía “Lic.” en la tarjeta personal, a lo que le respondí que porque no lo era!! estaba estudiando y trabajando, entonces todo se dilataba mucho y se hacía cuesta arriba…
Esta persona, me miró y me hizo una pregunta muy rara:
– ¿Sabés que quiere decir “Lic.” en la tarjeta??
– Licenciado, respondí
– No!! – me dijo – quiere decir que terminas lo que empiezas…A partir de ese día el no terminar la carrera fue un recordatorio permanente de no finalizar lo que empezaba y siempre me pesó, a pesar de que como profesional ya estaba cosechando frutos.
Cuando leí estas palabras, me llamaron la atención dos cosas:
1- Que haya gente como este señor, con la lengua más rápida que el cerebro 😀
2- Que unas palabras tan huecas puedan afectar a alguien que está donde quiere estar.
Como yo también soy una “No-Licenciada que no termina lo que empieza”, me tomo la molestia de hacerme cargo de un comentario así para analizarlo en primera persona.
Veamos cómo son las cosas desde un principio y con la lógica del señor que te hace un fondo de ojo en la tarjeta personal:
Uno tiene derecho a elegir los principios, pero está condenado a tener finales previsibles.
Desde la óptica tan poco proactiva de este buen hombre, uno ingresa por una línea de montaje universitaria donde, como si fueran engranajes, nos van metiendo uno a uno los conocimientos, como si uno solo tuviera que “pasar”, que hacer un trayecto prediseñado con un final bastante obvio llamado “Licenciado”, “Ingeniero”, “Arquitecto”, etc.
Si uno cambia de planes se transforma en un objeto inacabado, trunco, a medio hacer… en sus mismas palabras “que no termina lo que empieza”.
¿Por qué si se puede elegir por donde empezar no se puede terminar cuando uno lo considere adecuado? ¿Quién, sino uno mismo, es el único capaz de evaluar algo tan personal como una desición así? ¿Por qué hacer las cosas sin manual está tan mal visto?
A ver, volvamos a contextualizar.
Hablamos de universitarios, de gente que ya es mayor de edad como para tomar sus propias decisiones y asumir las consecuencias de ello… entonces ¿Por qué se confunde objetivos personales con cumplimiento de una curricula aprobada por el Ministerio de Educación?
En el camino que uno recorre en una carrera universitaria, hay conocimientos que nos acompañarán toda la vida y nos recodarán siempre que valieron la pena, y otros que olvidaremos medio segundo después de haberlos rendido en un final.
Creo que sea como sea que uno termine cualquier actividad, siempre hay una ganancia, siempre suma algo a su conocimiento, a su experiencia y a su visión del mundo.
Aún cuanto solo sea para saber que eso no nos gusta. Por lo tanto, aunque uno no termine formalmente algo, nunca se va con las manos vacías; todo está en la entrega y el compromiso que haya tenido en el proceso de aprendizaje… porque después de todo, de eso se trata ¡De aprender! De tomar lo que sirve y aprehenderlo. Y de descartar las boludeces. De sacar nuestras propias conclusiones y de ser críticos. De preguntar por qué una y otra vez. De argumentar y de exigir que los argumentos de los demás tengas bases sólidas para ver qué tan creíbles son.
Hace algunos años, una persona muy cercana a mi familia me hacía el insistente comentario sobre mi “carrera abandonada” (me da gracia el término, suena a una licenciatura en diseño llorando despechada por ahí 😛 ), y por qué no terminaba si me faltaba poco.
El poco o mucho no está en el tiempo, sino en las ganas y en el esfuerzo que uno quiera poner para concretarlo. Y yo la verdad no tenía (ni tengo) el más mínimo interés en hacerlo. No me cambia nada. Entonces, si no hay motivación ¿para qué hacerlo? ¿Para cumplir? ¿Con quién? ¿Con los demás? ¿Y yo qué gano?
Esta persona, que aprecio y sé de sus buenas intenciones, podría decirse que dejó muchas cosas a medio hacer en su vida: dejó sus sueños por casarse y después, a la vuelta de los años, su pareja la dejó a ella; dejó de desarrollar su potencial para ser esposa y madre, dejó de aprovechar su energía y juventud para confiar en las desiciones de otra persona que no terminó con lo que había empezado en el altar.
Y aún así, quizás esta persona volvería a elegir lo que eligió, quizás internamente sus objetivos están cumplidos. O quizás le duela más sentir el dedo acusador de la carnicería social del “no terminaste lo que habías empezado”.
De poco sirve ponerse metas frente a las expectativas hipócritas de los demás. Cuando una persona tiene la cabeza hueca de aforismos y postulados sobre lo que la vida es o debería ser, no hay más remedio que poner la sonrisa más cínica que nos salga y decirle en la cara: USTED ES UN PELOTUDO.
El pintor Francis Picabia dijo alguna vez: la cabeza es redonda para permitirle al pensamiento cambiar de dirección.
Y estamos condenados a eso si lo que esperamos de nuestra vida es irnos fortaleciendo en el camino, tomando nuestras propias decisiones, siendo mucho más nosotros mismos que una figurita que quiere encajar en lo que el entorno propone, cuestionando mandatos sin fundamentos y re-creando para adaptarlo a lo que nos interesa.
Los principios y finales de todo en mi vida son míos. Nunca nadie logró decidir ni unos ni otros. Nunca nadie logrará hacerlo, tampoco.
Finalmente, si algún día me encontrara con este señor, yo también le pediría su tarjeta para evaluarlo un poco.
De seguro que encontraría los clichés inevitables de alguien sin imaginación que cree que un diploma (más que los conocimientos que pudiere acreditar) es la gran cosa: papel comunacho, el título antes que el nombre, si es abogado doble apellido, fuente en cursiva, y la abreviatura del título en la dirección de un correo que, invariablemente, será de hotmail o yahoo 😀