Ayer mientras escribía el post Cómo descubrir una infidelidad en Facebook pensaba en cómo profundizar el tema desde un costado más personal.
Quizás el título que usé como disparador no sea del todo correcto o por ahí esté mezclando peras con manzanas pero, como dicen los científicos, a veces para encontrar respuestas lo importante es hacer buenas preguntas. Y mi pregunta es si el concepto de fidelidad de la conciencia colectiva es el real, el posible, el aplicable a las relaciones humanas de todos los días.
El diccionario se refiere a la fidelidad como la “lealtad hacia una persona”. El término proviene del latín fidelĭtas, que a su vez viene de fidelis que significa “amistad sincera, constante y duradera”.
Se dice también que la fidelidad es la virtud de dar cumplimiento a una promesa. A veces es una promesa explícita, como la de los votos de matrimonio; o implícita como la que une un noviazgo. Esta promesa implica un compromiso sobre qué es lo que se va a hacer en un mediano o largo plazo.
La fidelidad en un matrimonio puede ser una obligación moral (para quienes están casados en un rito religioso) o legal (cuando es el Estado el que certifica la unión).
De esta manera se infiere que una persona es fiel cuando cumple con sus promesas y mantiene su lealtad aún con el paso del tiempo y las distintas circunstancias.
Finalmente, se habla de la fidelidad como la virtud que nace a partir del respeto por la confianza que una persona deposita en otra.
Después de ver que en términos generales la fidelidad abarca a la pareja como proyecto a largo plazo en múltiples aspectos, es que se vuelve curioso el hecho que el concepto se reduzca en el uso cotidiano a la exclusividad sexual y/o afectiva de un miembro de la pareja para con el otro mientras dure la relación. Cuando se cruza esa barrera jamás mencionada en el fidelis original, uno se convierte en infiel.
Y en ese punto es donde alguien nos hizo trampa:
La fidelidad no es sinónimo de exclusividad si no de lealtad, manteniendo una relación de amistad sincera, constante y duradera, sin eso implique un compromiso de entregar ni nuestro cuerpo ni nuestro destino ciegamente y para siempre. La fidelidad verdadera implica entender que seguimos siendo individualidades que vamos a compartir algunas cosas con otro, que habrá pactos implícitos y explícitos y que hay asuntos que corresponden a desiciones personales y humanas.
¿Qué quiero decir con esto? Que la infidelidad no empieza cuando alguien se revuelca en una cama ajena, porque la sexualidad y el propio cuerpo son indelegables. La infidelidad empieza cuando se falta a la sinceridad. Y la sinceridad no se quiebra cuando alguien omite contar una aventura amorosa, si no cuando dejan de verse como verdaderos amigos.
Creo que vamos llegando al punto del que partimos: el verdadero significado de la fidelidad.
Parafraseando a Asimov: con la expectativa de vida actual, una pareja que se casa a los 30 años tiene la posibilidad de vivir en un matrimonio que dure medio siglo.
Como es difícil enfrentarse al pensamiento de cincuenta años con una persona cuyos defectos se vuelven absolutamente visibles después de cinco, el divorcio (y agregro yo que la infidelidad y la “infidelidad”, así con comillas y sin ellas) se ha generalizado.
El sexo, la belleza o la juventud se diluyen rápidamente cuando se vuelven parte de una rutina, y aún peor cuando el resto de atributos de la pareja elegida para un proyecto a mediano o largo plazo no tienen nada que ver con un amigo, con aquel amigo que evocaba la palabra fidelis.
Entonces, y no a largo plazo, marido y mujer se cansan el uno del otro y viven juntos vidas en las que reina lo que Thoreau llamó “desesperación silenciosa”.
Mientras más se complejiza el concepto de fidelidad y más agregados e ítems ponen las partes, más difícil se vuelve cumplirlo. No sólo por una cuestión de voluntad propia, si no también por el estímulo (o no) que represente el honrado con semejante esfuerzo. Dicho en palabras simples: hay gente por la que no vale la pena hacer nada, por más que se haya prometido algo.
Con esto quiero decir que no siempre faltar a una promesa significa mentir o engañar. A veces las condiciones cambian y simplemente ya no se puede seguir cumpliendo con algo que se había acordado.
¿Quién puede afirmar que es la misma persona que hace 10 años? ¿Quién puede decir que hoy elegiría las mismas cosas que eligió en el pasado? ¿Quién no se ha dado cuenta con el tiempo que cosas que parecían aciertos en su momento hoy se ven como claros errores? ¿Quién puede pretender que alguien deje de tener su propia vida por una pareja? ¿Quién ha dejado de ser por si mismo para vivir desde el otro?
Mi conclusión en todo esto es:
La fidelidad entendida como sinónimo de exclusividad sexual está infinitamente sobrevalorada. En la pareja pueden ocurrir cosas mucho peores, que califiquen a alguien como infiel por romper un pacto implícito de respeto.
La fidelidad es un concepto mal entendido: sí y me quedo con la etimología de la palabra en latín; por si se me da mas adelante por ir a orgías o boliches swinggers 😀
Y me quedo con esta oración gestáltica que encontré por ahí, y que resume mi manera de vivir la pareja y la fidelidad:
Oración Gestáltica
(Dr. Fritz Perls)
Yo soy yo. Tú eres tú.
Yo no estoy en el mundo para llenar tus expectativas.
Tú no estás en el mundo para llenar mis expectativas.
Yo estoy en el mundo para lo mío.
Tú estás en el mundo para lo tuyo.
Yo soy responsable de mi bienestar.
Tú eres responsable de tu bienestar.
Yo te quiero y no te tengo que querer.
Tú me quieres y no me tienes que querer.
Yo comparto contigo si yo quiero y tú quieres.
Tú compartes conmigo si tú quieres y yo quiero.
Es placentero encontrarnos y adaptarnos.
Y yo sigo siendo yo y tú sigues siendo tú.
Cuando no encajemos, ¡qué le vamos a hacer!, otro día será.
Unidos en un propósito, estamos cada uno para lo nuestro.
Yo soy yo. Tú eres tú. Y en el reino de lo nuestro somos nosotros.
Amen