Hace algunas semanas atrás, cuando les presentaba el libro Manual de Instrucciones para Recién Separadas, leía en el capítulo titulado Los ratones de la depre el siguiente fragmento:
Hay ratones decentes y románticos. Suelen venir los días que una está cansada, desganada, y quisiera que alguien del sexo masculino que no sea ni su papá ni su hermano ni su hijo le prepare un café, le cebe unos mates, o le haga masajitos en el cuello. Sobre todo si llueve o hace frío. (…) mientras esté llorando aparecerán cien ratoncitos disfrazados de Mickey, tiernísimos, que le palmearán la espalda, resbalarán por sus mejillas junto con sus lágrimas, y se esconderán detrás de sus orejas. Son ratónes platónicos. No los ahuyente, acúnelos. Pero no se confunda, no son inofensivos. Y le puedo asegurar que son más imposibles de concretar que los otros, los eróticos.
Me quedó dando vueltas este tema, sobre todo porque siempre sentí que cuando llegó el reparto de genes al momento de mi concepción, a mi me tocaron los ratones románticos del lado de mi mamá, que para cualquier persona que me (nos) conozca, sabrá que son casi inexistentes.
Tuve mi costado de romanticismo kistch de adolescente, por supuesto. Pero creo que la última vez que vi un atisbo de semejaste grado de pavada debe haber sido cuando De La Rúa era presidente (debe haber sido a tono con esa época, ahora que lo pienso), más o menos.
Insisto: romántica, lo que se dice romántica, no soy para nada.
Me acuerdo cuando Guille me dijo que quería festejar el Día de San Valentín la primera vez. Creo que lo miré con cara de “¿Qué te pasa? ¿Desayunaste un té de emo esta mañana?” 😀 Obviamente, con semejante reacción mía sus ratones románticos se tuvieron que volver a la cucha para pensarlo dos veces antes de tener otra aparición pública. ¡A una chica gatera no le vengan con ratones románticos!
Más allá de mi realidad, la pregunta del título es ¿Existen los ratones románticos?
Evidentemente, existen. Pero el problema es de donde salen. Y acá voy a citar al libro ¡Viva la diferencia!, que también he reseñado:
La estructura del pensamiento real es una estructura de pensamiento basada, como su nombre bien lo explica, en la realidad, en lo concreto, en lo que de verdad tengo y en lo que de verdad está a mi alcance y puedo ser capaz de valorar; en cambio, la estructura del pensamiento mágico está determinada principalmente (…) por una magia que en tanto no real e imposible de realizarse, de todos modos yo espero que ocurra, como algo sorpresivo, frente a lo cual siempre se está en una postura ovular, de espera y paciencia; desde afuera ha de venir y suceder aquello que me salve, aquello que opere en mi el cambio deseado.
Este pensamiento mágico -relacionado a los deseos y expectativas, no a la intuición- y el pensamiento real configuran la estructura psicológica femenina.
Entonces, la magia del romanticismo radica en ser la materialización de una excepción a la regla de nuestra cotidianeidad. Veamos algunos ejemplos:
– Príncipe que rescata a la princesa de la torre más alta del castillo.
– Príncipe que despierta a la princesa hechizada.
– Príncipe que lucha contra el dragón.
– Príncipe, que apenas habla cordobés básico, cae con un oso de peluche que dice I love you como si fuera un voucher de vacaciones en un all inclusive del caribe.
– Príncipe que, como dice Graciela, te ve reventada y te alcanza un mate o un café… y eso es todo.
A mi ese romanticismo de excepción me parece una cagada. Porque al final es sinónimo de ser un príncipe (o princesa, que también las hay) de medio pelo para abajo el 99% del tiempo para compensarlo con una boludez que, para colmo, la remarcan como si fuera un acto de esfuerzo sobrehumano:
– ¡¡Eh, te quejás desagradecida!! ¡¡Bien que te traje el oso de peluche que dice I love you pensando en vos!!
No se les ocurra darle el oso que dice I Love You al perro de la casa para que juegue, jamás de los jamases serán perdonados. El oso tiene que ser un elemento de veneración por poco que nos guste. Aunque lo único que haga es ocupar espacio y juntar tierra, el caniche familiar nunca podrá entretenerse con ese bollo de guata envuelto en peluche made in china comprado en la peatonal.
Es como el tipo que para el Día de la Madre a la esposa que soporta a sus hijos todo el santo día le regala una plancha ¡y cuando ella le pone la lógica cara de culo el infeliz encima se ofende!
Creo que el conformismo femenino es el principal alimento de estos roedores de cabeza que muy poco aportan a la real felicidad.
Mejor que un mate de vez en cuando es que haya responsabilidades equitativas. Mejor que un peluche o cualquier otro regalo inútil es estar atento a las necesidades del otro. Más que una esperanza sobre un hecho excepcional, demuestra un verdadero esfuerzo ser mejor cada día en la aburrida cotidianeidad que es donde, a final de cuentas, pasamos la mayor parte del tiempo.
Entonces, quizás sea buena idea que los ratones románticos femeninos pasen a ser animalitos de zoológico, especímenes que han sido traidos de su ecosistema natural para pasar a estar en exposición para que conscientemente sepamos que existen pero que no pueden estar sueltos porque son una plaga muy poco beneficiosa a los fines prácticos.
De esta manera, la próxima vez que el susodicho caiga con el osito de peluche comprado de oferta, sin ningún titubeo podremos mirarlo a los ojos y decirle: