Anoche fui a cenar a un restaurant del cual tenía algunas buenas referencias leídas en algunos blogs cordobeses. Siempre trato de ir cambiando de sitios y conocer nuevos lugares o saber en que lugar se come rico y a un precio razonable.
La cuestión es que terminé cenando en una terraza frente al paseo de las artes (algunos deducirán a qué lugar me refiero) y al hojear la carta vi que no había nada que me resultara particularmente apetitoso no solo por que no tenía tanto hambre para los precios que saltaban en la carta, sino también por los insólitos nombres con que los dueños del lugar habían bautizado a los platos.
Me decidí por algo que era, dentro de todo, lo más barato que había (aunque salía $26) y que consistía en lo que yo interpreté como una ensalada de pollo.
– Yo quiero la ensalada de pollo -le dije a la moza.
– El plato se llama “Pollo feliz durmiendo en un colchón de plumas verdes”*, pedilo bien -dijo risueñamente mi acompañante, sabiendo que a propósito evité decir semejante estupidez de nombre.
Yo, desafiante adelante de la moza, le contesté:
– ¡Pero si es una ensalada!
A lo que la moza, con cara de fastidio porque no quise llamar a la ensalada “Pollo feliz durmiendo en un colchón de plumas verdes”, me dijo:
– Bueh, no es una ensalada… no importa, te traigo un Pollo feliz durmiendo en un colchón de plumas verdes. (cara de culo a medio disimular mode on)
A ver, señores de los restaurantes, entiendan esto: me da vergüenza tener que pronunciar con mi boca los nombres ridículos que uds le ponen a la comida.
En serio. No me sale, no puedo poner una mirada de suficiencia y soltar “Pollo feliz durmiendo en un colchón de plumas verdes” como si fuera el nombre más lógico del universo, sólo porque a ustedes se les ocurrió que era cool.
Me niego rotundamente a llamar a una milanga grasienta “Tierna feta de lomito de la pampa, rebozada en una lluvia arenosa de pan y salteada en aceite”. ¡Nunca lo haré!
Como si esto fuera poco, cuando me traen el plato veo que mis $26 eran un montón enorme de “hojas verdes” (léase: una montaña de yuyos que alimentaron en vida al bife de chorizo que se estaba comiendo mi acompañante) con cuartos de tomate perita decorando los bordes del plato más unas 10-15 tiritas de pollo que no llegaban a hacer 100 grs de carne.
A Ema le hubiera encantado tanta verdura, porque al pollo casi ni se lo veía.
Conclusión: a ese lugar no vuelvo más; y una vez más me sorprende que ir a comer una trucha grillada con guarnición al Sheraton hace unas semanas me haya salido $29 y comer una ensalada en un lugar cualquiera solo $3 menos.
¿A ustedes les pasa lo mismo cuando salen a comer por ahí?
* El nombre del plato ha sido cambiado para proteger la identidad del pollo en cuestión 😛