Compré este libro como regalo de Navidad de mi mamá y como no podía ser de otro manera se lo saqué para leerlo en tres horas esa misma noche.
Es la primera vez que leo a la autora, aunque siempre había escuchado hablar sobre ella y su “humor sobre mujeres”.
Antes de entrar en la reseña del libro en sí, debo confesar que “el humor de cosas de chicas” no es de mis favoritos, mayormente porque cae en muchos lugares comunes que hacen más por abonar los clichés de los estereotipos que por descubrir esos pequeños tesoros cotidianos que son dignos de risa.
Por suerte Gabriela Acher es una excepción a mis reparos porque ha sabido construir un libro lleno de humor sobre las mujeres, pero iniciando el relato através de su propia madre judía.
A lo largo de los capítulos vamos conociendo la infancia de la autora en Uruguay y las comparaciones que hacía con la mamá católica de una amiga y luego cómo competía con otra para ver cuál tenía la madre más rompebolas y desubicada.
A lo largo del libro se tocan muchos temas como el noviazgo, el matrimonio, los hijos, la crianza, la adolescencia de ayer y hoy, el uso de la compu, las mujeres de 50-60, el sexo, etc. Todos esos temas están atravesados por la maternidad.
Por el origen de la autora, muchos capítulos se refieren al estilo de crianza de la madre judía: la culpa, la queja constante (un buen tema para cruzarlo con la queja femenina de la que habla Pilar Sordo en Viva la diferencia), la obsesión por casar a la hija, la comida, etc.
Lo que me sorprendió mucho fue leer también algunas páginas donde la autora se pone seria y toca temas que una no pensaría que va a leer en un libro de humor: el aborto, la manipulación del concepto de maternidad a lo largo de los siglos para dominar a las mujeres, el patriarcado… todos estos temas con citas a autores que los abordaron desde la psicología, sociología, filosofía, etc.
Acher tiene oficio con la palabra y se le nota, pero además me hace sentir respetada como lectora porque veo que su libro se ha nutrido no sólo de las situaciones bizarras de las relaciones madre-hijos/as, sino que también ha dedicado tiempo a reflexionar sobre la Madre como rol social con lo bueno y malo que trae a cuestas.
Conclusión: es un excelente libro y definitivamente compraría otros de la autora.
Lo recomiendo para las que sean madres y para las que no lo sean pero tengan más de 30 años. Y para todos aquellos hijos varones que quieran hacer reir a sus madres, sean judías o no.
También es muy recomendable para los psicólogos/as (de hecho se lo voy a recomendar a la mía) para que vean un ejemplo de cómo se puede canalizar por medio del humor las relaciones conflictivas entre madres e hijos.
Y hablando de madres,y aprovechando este tema, les recomiendo leer el blog español Como no ser una drama mamá, que va perfecto con el humor de la locura y los discursos maternos; y el monólogo del mexicano Adal Ramones sobre las frases de las madres.
Finalmente, algunas de las frases del libro me que hicieron reir:
– [En un oráculo] Maestro… ¿Es cierto que yo elegí a mi mamá?
– ¡Por supuesto!… un niño necesita a alguien a quien tenerle miedo. Y Dios no podía estar en todas partes, por eso inventó a las madres.
Mi mamá es muy buena, o por lo menos, no hay nada tan malo en ella que cambiandola casi toda no se arregle.
[Hablando de Eva, la primera madre] Y con Adán no se podía contar, porque aunque él era capaz de desollar vivo a un mamut con sus dientes, se desmayaba ante un pañal con caca.
En realidad, si pudiéramos leer el pensamiento de una madre judía, la mirada sobre los hijos podría resumirse así:
“Mi hijo es perfecto, pero yo lo puedo mejorar. Si no… ¿para qué estoy?”
Una de las características de mi madre era que se comportaba como si tuviera línea directa con Dios.
Cuando quería hacerme confesar algo, me decía con tono dramático: “A veces Dios me pregunta ¿En qué anda tu hija?… Y yo no sé qué decirle…”
Una hija de madre judía nunca es demasiado gorda ni demasiado sana.
– Mamá… ¿Por qué nunca me quisiste hablar sobre sexo?
Y ella me respondió:
– Querida, porque yo no sé nada sobre sexo. Siempre estuve casada.
Un día estaba en la cocina buscando algo para comer en la heladera, cuando mi madre me barajó sin anestesia:
– ¿Cuándo te vas a casar?
– No tengo ningún interés en casarme, mamá.
– ¿Pero, por qué?
– Porque no me interesa el matrimonio.
– ¿Vos te creés que me interesaba el matrimonio cuando me casé con tu padre?
(…)
– ¡Pero mamá, no desvaríes! (…) ¿No entendés que a mi me gusta estar sola?
Y ella gritaba desde el otro lado de la puerta:
– ¡Ya vas a tener tiempo de estar sola cuando te cases!
– (…) ¿Tu padre y yo no nos casamos? Sí, nos casamos. ¿Alguien nos preguntó si queríamos? No, nos casamos y listo.
– ¿Qué querían?
– ¡Yo qué sé! ¡Quién se acuerda!
– ¿Pero fueron felices?
– ¿Y eso qué tiene que ver? Si vas a esperar a ser feliz, no te vas a casar nunca.(Me recordó a un post que Sil publicó en su blog una vez. Si me autoriza, lo linkeo)
– Pensamientos maternos: Abrigáte que tengo frío.
– (…) cuando nació mi bebé creí que él haría realidad mis sueños. Pero en cuanto comenzó a vomitar y cagar sin parar, me dí cuenta que el bebé tenía una vida propia… ¡Y cómo olía! Y ya no lo miré con tanta adoración. (…) Yo estoy segura de que Dios hizo a los niños así de divinos para que no los tiremos al olerlos.