Como cada año cuando se acerca la fecha de mi cumpleaños sé que habrá una cita en la que terminaré, inevitablemente, sin bombacha y con mis pechos manoseados.
Para acudir a ese encuentro no dudaré en depilarme bien, me pondré mi mejor ropa interior y trataré de arreglarme pero sin llegar a parecer una prostituta. Que tenga pensado abrir las piernas no significa que quiera dar a entender que soy una chica fácil.
Llegaré al lugar de encuentro, me sentaré y esperaré. Siempre me toca a mi esperar, aún cuando esté llegando en el horario pactado por teléfono con días de anticipación.
Pero tarde o temprano el esperado encuentro se produce: por fin estoy entrando al consultorio de mi ginecóloga para hacerme el papanicolau y la palpación de mamas.
No creo que haya mujer sobre la faz de la tierra que disfrute de semejante evento, por más importante que sea hacerlo por nuestra salud.
Lo malo ya empieza días antes, cuando mi agenda interior me marca que va a cumplirse un año desde la última y que hay que ir a la guía telefónica a consultar ese número que hace que me estremezca de sólo pensar lo que se viene.
¡Benditas las que nunca se hicieron una porque no saben lo que les espera!
Me acuerdo de mi primer exámen ginecológico. Fue Horrible. Yo tenía unos 21 años y la ginecóloga era una bruta. Cuando se puso un guante de bolsa de nylon igualito a los que usan en las panaderías creí que era para otra cosa (no sé para qué cosa, pero para otra tenía que ser). Cuando me enterró sus dedos empaquetados en el único lugar posible en que un médico de su especialidad puede hacerlo, casi grito del dolor y del susto.
Si el nylon fuese agradable, fabricarían los preservativos de ese material. Evidentemente lo que funciona bien para poner media docena de facturas en una bandeja no dá los mismos resultados en un canal de parto sin estrenar (en un nacimiento, obviamente. No me voy a hacer la Wanda Nara).
Pasaron varios años entre esa experiencia y la segunda vez que fui a una… que fui a otra ginecóloga.
A propósito, mi con un tipo me dá cosa, debo confesarlo. Necesito que mi aparato reproductor siga siendo un misterio para cualquier hombre, aún para aquellos que hayan hecho el Juramento Hipocrático. Y además me da vergüenza.
Volviendo a la realidad, hay otras cosas que he notado en mis visitas a mi ginecóloga:
– La secretaria hace las fichas a mano o en una máquina de escribir. Es loco que en pleno siglo XXI todavía se vea algo así, pero al menos tengo la ventaja que sólo si se incendia el consultorio se va a caer el sistema. Suelo mirar que el extinguidor esté en regla.
Ventaja adicional: ningún ladrón en su sano juicio cargaría con semejante aparato, así que de última en caso de una acción delictiva es probable que hagan una limpieza entre las pacientes que estamos en la sala de espera.
La Olivetti repiquetea mientras las secretarias (nunca es la misma chica de un año a otro) escriben con dos dedos. Para teclear en ese carromato hay que tener más fuerza que con la compu. Me resulta imposible no notar que estas secretarias no usan uñas largas y pintadas como las de todos los otros consultorios que he conocido, calculo que no hay calcio que soporte la presión que hay que imprimir sobre las letras para lograr que la tinta se estampe al papel. A pesar de eso, el sonido a máquina de escribir me gusta.
– Mi ginecóloga, al igual que las maestras jadineras, habla en diminutivo. Me dice que me saque la ropita, la deje en la sillita, que me puede doler un poquito pero que vamos a terminar rapidito. En diminutivo no cobra, eso sí. Pero prefiero pagar el estudio como particular porque cuando fui a hacer el carnet de la obra social del monotributo me atendió un adolescente roñoso con una remera de una banducha de rock desconocida, lleno de piercings y con un tono monocorde que no daba el perfil ni de barman de un boliche de la zona del abasto en Córdoba. Mi pequeña flor merece lo mejor que yo pueda pagar.
– Decirle “Pap” en lugar de “Papanicolau” no lo hace más cariñoso. Ya lo dije arriba: es horrible. Encima duele, es incómodo, dá frío, hace sangrar, una no sabe qué cara poner, no sabe si aguantar la respiración, si reprimir la mueca de sufrimiento, si gritar bajito, si soltar un lagrimón como para que la angustia se libere por algún lado. Es feo y quiero que se pase rápido. Y que cuando vuelva a mi casa me deje de doler pronto.
– A veces me dá tarea doble. Algunas veces me hizo repetir el examen a los seis meses, esta vez me mandó a hacer una ecografía. Así que ahora hablaré de eso.
– La ecografía transvaginal. Cuando parecía que todo iba a acabarse hasta 2013, tengo que responder “Sí” a su pregunta “¿Tenés dolores menstruales intensos?”. Hubiera sido el momento para callarme, pero no sabía que vendría una receta para una ecografía transvaginal.
Esa palabra se quedó resonando en mi cabeza como si en realidad hubiera dicho “transatlántico” y me tuviera que preparar para que una cosa metálica y descomunal fuera a introducirseme en mis entrañas en menos de una semana.
Salí del consultorio con la cachufleta (Flaco Pailos dixit) fruncida y angustia a cuenta. Ok, ya sé que es necesario… pero no se siente para nada lindo.
Ahora de nuevo a llamar, a pedir un turno lo antes posible porque no puedo estar fruncida muchos días, a conseguir una ecógrafa mujer, a depilarme de nuevo (demasiado cortos para cera, demasiado largos para ir así nomás), a buscar ropa adecuada, a llegar a horario, a esperar una hora quince (menos mal que me llevé un libro), a entrar y a encontrarme con otra médica que habla como maestra jardinera pero sin diminutivos. En ese momento descubro otra novedad: la de hoy además es astróloga. Diálogo:
Dra – ¿Cuándo fue la última vez que menstruaste? (con el palo del ecógrafo donde corresponde, mientras inspecciona la pantalla)
Yo – Del 20 al 23, antes de mi cumpleaños.
Dra – ¡Ah! ¡sos taurina!
Yo – … (revoleo los ojos mientras pienso que me hace ese comentario mientras tengo metido el ecógrafo transatlántico, con lubricante que me pica y un perservativo marca Punticrem, de esos que mi primo una vez graficó como “hechos de cubierta de camión” y que ningún hombre sexualmente activo considera usar a menos que sea por emergencia).
Dra – Somos bravas las taurinas, ¿eh? Somos un amor pero que no nos molesten porque se arma…
Yo – Psé (revoleo de ojos y me pregunto mentalmente: ¿Por qué todas las taradas que hablan de los signos me tienen que tocar a mi?).
Menos mal que el estudio fue rápido, porque si no hubiera seguido indagando cuál era mi ascendente y qué opinaba del último libro de Horangel. Por suerte me queda sólo pasar a retirar los estudios el miércoles.
Ahora estoy en mi cama, con la notebook en su mesita, escribiendo una historia que será la de muchas.
Mañana me toca ir a hacerme orina completo y el citológico general, porque ya que estaba mi mamá me insistió en que me haga un chequeo completo. Creo que a esta hora no debería haberme tomado ese trago de Coca. Creo que mañana tendré otra historia para contar si tengo un poco de suerte y me desmayo cuando me saquen sangre.
Y como soy buena y no quiero que se aburran, las dejo los videos en You Tube del DVD del espectáculo original Monólogos de la vagina. Acá va el 1 y los demás los encuentran en el mismo canal de quien subió este.