Texto extraído de La Arquitectura en Córdoba y su historia – Compilación de escritos del Arq. Rodolfo Gallardo. Editorial Nuevo Siglo. Córdoba. 2003.
La restauración nacionalista
El lector habitual de estas líneas no se engañe ver en estas combinación de palabras algo de rosismo por lo de “restauración” que recuerda a “restaurador” y algo de “nazismo” como suena a nuestra imprecisa dicción lo de nacionalista.
Fue la Restauración Nacionalista un movimiento de ideas que lideró Ricardo Rojas en la primera década de este siglo y que tuvo intérpretes en lo como Martín Noel, Angel Guido, Jaime Roca, Héctor Greslebin, etc.. y en lo literario en Manuel Gálvez, Fernán Félix de Amador o Enrique Larreta.
América, en general, la Argentina, en particular, deslumbradas por Europa, por Francia en lo singular, habían aceptado una penetración pacífica por vías de lo cultural y la entrega había sido paulatina y total.
Triunfante Roque Sáenz Peña el 10 de abril ie 1910 y cuyas decisiones fundamentales cambiarían el panorama político argentino, le dará a la Casa Rosada un clima versallesco, vistiendo a los modestos ordenanzas de peluca, calzón corto, medias blancas y zapatos con hebillas.
Hay, sí, un deslumbramiento, como si se judara de la tradición nacional. Cuando la sociejad del Centenario festejaba este impensado desa- ~0110 al que había llegado la austera república disenada Por los hombres de Mayo. Cuando la tarea agropecuaria era cantada por Lugones en la “Oda a los ganados y a las mieses”; cuando la inmigración creyó encontrar en las fértiles praderas de la Pampa húmeda la arcadia feliz tantas veces pergeñaron los filósofos utópicos, negros nubarrones se ¡nsinuaban con persistencia sobre el panorama y se desencadenarían al fin de la segunda década (en enero de 1919) cuando los primeros grupos de anarquistas conmovían los ámbitos porteños con la Semana Trágica.
Tampoco debemos persistir en la imagen rosa de una inmigración ordenada y obediente, dispuesta a aceptar, a cambio de la acogida, todo cuanto contribuyera a la paz interna. Nuevos hombres que no eran máquinas que se las pudiera programar, nuevos hombres con nuevas ideas, al concepto comente de lo cuantitativo, al que se recurre siempre en la reflexión de la inmigración, hay que verlo también desde el m6s subjetivo plano de lo cualitativo que se lee en las denuncias de los pensadores que, como Manuel Gálvez, hablan de “la inmigración extranjerizante y cosmopolita”.
Dije que la entrega fue total. Y una entrega es total cuando, penetrando sutilmente en algunos de los estamentos sociales, está alerta a penetrar en las Iíneas de sutura con los otros: abriendo caminos nuevos, alentados por las grietas que se producen indefectiblemente en los países efervescentes de cambio.
Así, Margarita Gautier y Le Moulin Rouge serán personajes y escenarios cotidianos al porteño medio y pasarán al interior en el avance de la literatura tanguística, mientras en los altos círculos universitarios, Pierre Loti y Anatole France eran leídos y comentados, constituyendo el modelo francés en una meta de ascenso. Se había perdido la brújula de lo nacional.
Muchos años después, el 9 de setiembre de 1959, al incorporarse André Malraux como miembro correspondiente en Francia, de la Academia Nacional de Bellas Artes de la Argentina, lo expresó claramente: “La humanidad no es grande sino cuando camina al encuentro de su sueño. Jamás se libera de él; o bien las naciones lo encuentran o bien caminan hacia el sueño de los demás. Reconozcamos que existe la colonización del espíritu”.
Es en ese clima de aprestos y expectativas de los festejos del Centenario, cuando en las modestas rotativas de la Cárcel Penitenciaria aparece el libro de Rojas que daría nombre al movimiento.
Don Ricardo no anda con ambages y de entrada pone una pica en Flandes: “Vengo a turbar la fiesta del mercantilismo cosmopolita …, así ha de endurecerse la lanza en la moharra para herir más adentro, así ha de aguzarse el barco en la proa para hender más fácilmente las densas aguas del mar … para dar a nuestro pueblo de inmigración una conciencia social que haga de la Argentina un pueblo creador de cultura en el concierto de la vida internacional”.
Luego Rojas escribe “Eurindia”, vocablo compuesto por él con Europa e Indias; y Manuel Gálvez, “El solar de la raza”. Y si para todo pueblo es legítimo en el plano de la reflexión teórica recurrir a sus ancestros en la búsqueda de una identidad que lo singularice, cuando estas ideas quisieron cobrar materialidad en los hechos arquitectónicos y surgió el Movimiento de la Restauración Nacionalista, ávido de recuperar un lenguaje expresivo e identificatorio de lo nacional, no lo encontró fácilmente en un territorio con culturas prehispánicas sin fuertes presencias arquitectónicas ni urbanísticas.
Y como la teoría había tenido aceptación, hubo que buscar afanosamente los recursos en dos vertientes que no traducían con claridad el pensamiento teórico: o bien se aceptaba la cultura hispánica como la más antigua que se conocía en la región, o se recurría a otros pueblos de la América precolombina cuyas culturas de mayor desarrollo no pudieron borrar los conquistadores. Esto se hacia sólo a cuatro décadas de la política de despojo territorial del indio que no fue integrado a las vas circunstancias en acto.
Martín Noel. Angel Guido, Héctor Greslebin. José Grana, Angel Pascuai iniciaron, entre otros, la arquitectura neocolonial de valoración del pasado. Juan Kronfuss, profesor húngaro desde la Universidad de Córdoba, proveía un minucioso trabajo de relevamiento del repertorio formal de monnumentos y ruinas del pasado y Vicente Nadal Mora hacía algo similar y pedagógico desde Buenos Aires.
Quedan aún obras que son testigos florecientes de ese momento de la cultura argentina. Estanislao Pirovano levanta en la calle Florida la sede del edificio del diario La Nación, con “indiátides” arequipeñas; Jaime Roca en Córdoba envuelve el Colegio Montserrat con un estilo colonial más rico que lo que originalmente era la obra adusta de los jesuitas; Juan Kronfuss levanta El Cortijo para don Vicente Agüero, en Jesús María, y el hospital con capilla en la misma localidad, centro de salud que hoy lleva el nombre de su benefactor.
Cerca de Arias, para el escritor uruguayo Carlos Reyles y cerca de Alta Gracia, para el escritor Enrique Larreta, Martín Noel levanta el casco de la estancia El Charrúa y El Potrerillo, imitando las solemnidades del Cuzco y la gracia Y riqueza de la arquitectura del Callao.
Pero creo que allí esta el punto final de esta reflexión: ¿Cuál era entonces. para la segunda década del siglo, el estilo arquitectónico de los argentinos? ¿Para qué sirvieron los prolijos relevamientos de Kronfuss y sus románticas plumas -que hoy se las valora por ellas mismas- si en la búsqueda de lo nacional privó la tentación de buscar piración en los restos arqueológicos de otras naciones americanas que nos resultaban en ese entonces más exóticas que la misma Europa?
La respuesta más aproximada es la que dieron los arquitectos José Xavier Martín y José María Peña cuando dijeron: “La obras edificadas respondiendo a estos móviles de la Restauración Nacionalista no están a la altura de la exaltación combativa que animaba a sus autores. No sólo cayó el ideal nacionalista en la trampa de la teoria de los estilos, al haber querido inventar el suyo propio, sino que fue víctima de la ilusión de creer posible en la búsqueda a priori de un arte nacional.”
Y salpicando aquí y allá las manzanas cordobesas, volvieron los techos de teja colonial, los ricos portales, los escudos heráldicos en la decoración, pero como algo anecdótico, sin ataduras reales, como raíces adventicias, porque no hay analogías en la historia y el tiempo sigue su camino sin detenerse, como las aguas siempre cambiantes del Suquía.
Lunes 27 de enero de 1986