Hace un tiempo atrás recibí un aviso de Banco Santander contándome que a partir de octubre la cuenta gratuita que me habían abierto gracias a un convenio con la universidad a la que asistía hace como cinco años atrás, iba a empezar a tener un costo de X cantidad de pesos al mes.
Como no la usaba, decidí que lo mejor era darla de baja y terminar con el asunto.
Me dirigí a la sucursal más próxima mi domicilio y, mientras esperaba mi turno, mi ojo de diseñadora se puso a estudiar el ambiente: sillones confortables para esperar, empleados amables y bien vestidos que le indicaban a uno a donde tiene que ir y cuánto le falta para que lo atiendan, pisos brillantes, mesas redondeadas que hacen que uno no sienta que el banco impone una barrera… en fin, todo muy lindo y amigable.
En pleno estudio del diseño del espacio arquitectónico, me llaman y enfilo hacia el joven empleado del banco.
Cuando estaba por indicarle a mi mano que tenía que levantarse para saludar a ese señor, veo como el tipo con toda naturalidad se me acerca y… ¡Me da un beso! ¡UN BESO!
Un beso en mi mejilla de cliente que a las 11 de la mañana cayó por una intimación a hacer un trámite y no a buscar mimitos de una entidad financiera. Banco Santander ¿Desde cuando se piensa usted que tiene derecho a besarme? ¿Acaso es una ley nueva de Cristina?
Según un test de PNL que me hice hace poco, soy visual y que detesto que me toquen y se me acerquen.
Es verdad: ¡ODIO QUE CUALQUIER DESCONOCIDO ME TOQUE O SE ME ACERQUE A MENOS DE 50 CM DE DISTANCIA!
Y acá hago un paréntesis para explicar de qué se trata todo esto:
Los sistemas de representación son los órganos de los sentidos los cuales suministran las imágenes que se tienen del mundo, se adquieren experiencias de la realidad, se descubren y redescubren en el entorno aspectos por los cuales el ser humano está en perenne contacto.
La PNL recoge técnicas de comunicación efectivas para aplicar en los diferentes individuos, según sea el sistema de representación que más los represente (auditivo, visual o kinestésico).
Como ya dije, una característica de los que tenemos una predominancia en el sistema de representación visual es que no nos gusta que se nos acerquen de más. El espacio personal es sagrado.
Pero resulta que el empleado del banco era un maldito kinestésico:
Estos individuos demuestran su sensibilidad y expresan espontáneamente sus sentimientos. Su forma de relacionarse con el mundo es mediante sensaciones táctiles.
Por mi, a su sensibilidad y sus sentimientos se los puede guardar en la bóveda ¿Qué es eso de andar besuqueándome? Ya veía que si eso empezaba así, no podía terminar bien.
Le expongo el motivo de mi visita (todavía azorada y con una sensación de baba fresca aún latente en mi mejilla) y cuando ingresa mis datos en la PC muy suelto de cuerpo me dice:
– Debés $300.
Ahhh! Primero me besa y después me quiere hacer el amor de manera brusca (por no decir otra cosa con c). ¿Cómo podía ser que yo debiera algo que era gratis y cuyos resúmenes de cuenta me llegaban en cero?
Le dije que no podía ser, pero él me porfiaba que si. Entonces le dije que me imprima el comprobante donde decía qué debía y que con eso iba a hacer la denuncia en Derecho del consumidor.
Obviamente, ahí nomás llamó a la sucursal correspondiente para averiguar cómo era la cosa de la cuenta que me gestionó la universidad y si debía o no debía.
Mientras esperabamos la respuesta empezó a preguntarme cosas como:
– ¿Y ya te recibiste? (Respuesta mental: no, y me enferma que me pregunten sobre ese asunto, asi que calláte antes que te entierre el mouse hasta el esófago). – No.
– ¿Y a qué te dedicás? (Respuesta mental: si le digo bloggera me va a preguntar más boludeces, mejor le digo otra cosa) – Marketing digital.
– Ahhhh ¿Y eso de qué se trata? (Respuesta mental: por dios, ¡calláte! ¡me pone de mal humor hablar con alguien que me quiere sacar $300 de arriba!) – Es complicado de explicar, mejor no preguntes.
En ese momento no sé si dios o el diablo escucharon mis súplicas, pero mi interlocutor se tuvo que ocupar de su colega que le avisó que, tal como yo decía, no debía nada.
– Tendrías que haber avisado en el banco que no cursabas más cuando dejaste. – Me dijo.
¡La con… de tu madre! No le avisé nunca a la universidad y mi mamá se enteró como a los tres meses; ¡Mirá si voy a llamar al banco para contarle las buenas nuevas para que me cancele la cuenta que me abrieron de prepo!
Sonriéndome con una alegría que no acusaba recibo de mi fastidio, debido al hecho de ser acusada y absuelta por un crimen que no cometí, me decía:
– Bueno, viste que al final te solucioné las cosas, no? Ah! La tarjeta del banco tiene muchos descuentos para mujeres en las compras, así que podrías aprovechar y conservarla.
Desde el fondo de mis ojos, y con una mirada de desprecio que nunca advirtió, le contesté:
– A mi no me ibas a sacar tan fácil los $300. Y no, gracias, ya tengo cuenta en otro banco.
El tipo se rió como si nada hubiera sucedido.
No pagué esos $300, pero supe que el precio era que, sin lugar a dudas, iba a besarme otra vez.
Lo hizo sin ningún problema y con la misma naturalidad del primero.
Salí del banco refregándome la cara y pensando que bancarios eran los de antes.