A principio de año había escrito un post donde contaba que iba a comenzar a escribir sobre mi experiencia en la universidad estudiando una segunda carrera. Pero quizás haya muchos que tengan la inquietud de saber cómo es meterse a un aula con chicos en promedio diez años menores para volver a estudiar apuntes y a rendir finales como cuando tenía 18.
Este post podría ser una de esas notas de color de los noticieros donde hablan de la voluntad, el poder de superación, las ganas a pesar de los años mientras me hacen un primer plano de las canas mal teñidas en las patillas.
La verdad es que hay algo que tienen que saber: ir a la facu a los 33 me ha resultado infinitamente más fácil que a los 18.
En primer lugar, no tuve todo el miedo, la angustia, la ansiedad y la carga emocional familiar que me acompañaron en 1998.
No estuvo presente ese cuco de lo desconocido, de venir a Córdoba a estudiar, de sentir que no sabía absolutamente nada sobre lo que me hablaban los profesores pero algunos de mis compañeros sí, de leer apuntes que parecían escritos en chino básico y de tener ese temor a fallar porque mi familia me estaba pagando los estudios.
Ahora todo fluye libremente. Lo hago porque quiero, no me persigue nadie, no tengo que rendir cuentas y yo acomodo mis métodos de estudio, tiempos y ganas como mejor me parece.
No hay más materias crípticas, porque casi todas las que he cursado en esta etapa han tenido algún punto en común con otras que ya tuve en mi primera carrera. A excepción de Estadística, que es un dolor de ovarios que merece un post aparte 😀
Otra de las cuestiones que han mejorado notoriamente respecto de mi primera etapa universitaria es la duración y la calidad de mi jornada. ¡Gracias Dios por no tener que levantarme a las 6 de la mañana para ir a tomar un colectivo y tener dos horas de viaje por día! ¡Gracias por no tener que pasarme el día entero adentro de la facu para cursar las materias!
Mis días de clase solían ser desde la mañana hasta la noche, con horas libres en el medio. Viviendo fuera de Córdoba lo único que podía hacer para matar el tiempo era irme a dar una vuelta por ahí hasta que se hiciera la hora de volver a entrar.
Y por zonzo que parezca, una de las peores cosas de jornadas tan largas era elegir el vestuario correcto para no tener frío temprano ni estar sofocándome al mediodía. La parte fashionista ni la menciono porque iba tan dormida a la parada del colectivo que es un milagro que jamás haya salido de mi casa en pijama.
Ahora, en cambio, existe el cursado on line y con ello que puedo estar hecha una andrajosa en bata y pantullas en casita mientras leo apuntes y hago prácticos. Mi imagen sigue sin ser glamorosa, pero a mis gatos no les preocupa en lo más mínimo.
De esto del cursado on line se desprende otra gran ventaja: no hay más trabajos en grupo, ni juntadas obligatorias con gente que uno no quiere ver, ni hay que ponerse de acuerdo con los compañeros en nada.
Tengo que reconocer que durante todo el cursado me valí de una estrategia para evitar hacer trabajos en grupo. Les decía a los profesores que vivía lejos y que cursaba todo el día, así que no me podía juntar. Era cierto, pero además era bastante lógico y convincente, así que solía funcionar. Si no funcionaba, insistía con algún conejo sacado de la galera (aunque nunca llegué a matar abuelitas, más que nada porque estaban muertas desde antes de entrar a la universidad).
Otra de las ventajas que tengo ahora es la gimnasia mental de leer y sentarme a escribir todos los santos días de mi vida. No hay día que no esté leyendo algo y eso me da una agilidad para la comprensión de textos teóricos que no tenía en mis primeros años de cursado.
Me comparo con lo que era 15 años atrás y tengo claro que hoy soy mucho más segura para los nuevos comienzos, que no tengo miedo a cometer errores porque son la única forma de aprender y que disfruto de estudiar porque no me persigo con los resultados.
También me sorprendo cuando veo cosas en los apuntes y pienso “Esto lo ví en tal materia” y recuerdo los conceptos claramente una década después. ¡Bravo! ¡Estaré grande pero todavía no me corre el Alzheimer ni tengo que tomar Rominafort!
Debo reconocer que tengo las grandes ventajas de no tener hijos, de trabajar desde mi casa y de no cumplir más horarios que los de las clases presenciales (sólo dos materias este semestre que pasó), pero estoy más que convencida que en los tiempos que corren con las facilidades que brinda la tecnología todo el que quiera ponerse a estudiar puede hacerlo a su ritmo.
Y fue por eso que me decidí a volver a la facu.
Sabía que ni loca volvería a cursar si tenía que hacerlo en las condiciones de mi primera carrera. Ya no tengo ganas ni energía para hacer todo ese sacrificio… debe ser la edad 😛 Hablando en serio, sabía que si quería hacer cualquier estudio formal tenía que ser algo que se acomode a mi vida de hoy, y no yo a él como hice a los 18.
Así que así fue como elegí estudiar Relaciones Públicas en modalidad Senior en la Universidad Siglo 21, donde cursé la carrera de Diseño Gráfico de la que hablé en otros posts.
La semana que viene les voy a contar algunos detalles sobre cómo elegí estudiar RRPP y sobre los pros y contras de la modalidad de cursado a distancia.
Nos vemos la próxima!