El casamiento es un evento de carácter social en donde una pareja le cuenta a todo el mundo que va a vivir junta en una casa y habilita a las tías viejas a preguntar “¿Y para cuando los chicos?”.
También permite que gracias a la firma de ese papel los bienes pasen a ser gananciales, las obras sociales cubran a la pareja y los abogados les coman el hígado a ambos en caso de divorcio. Así funciona este mundo.
Isaac Asimov, que ha escrito de todo, inclusive sobre el matrimonio, dice algunas cosas interesantes sobre el tema en el capítulo 7 del libro La receta del tiranosaurio I (segunda edición en 1992, no tengo el dato de cuando se publicó la primera):
En los viejos días, una mujer sin marido tan sólo podía enfrentarse a la pobreza y la desgracia de convertirse en una solterona. Por lo tanto, la mujer tenía un enorme deseo de casarse con alguien, quien fuera, nada más por desesperación. Pero hoy en día la mujer puede ser más exigente y casarse con alguien con quien ella quiera vivir, y mientras se casa puede permanecer soltera sin caer en la ignominia.
Por lo tanto —naturalmente— el matrimonio tradicional de “hasta que la muerte nos separe” se ha convertido en una especie de peligro. Después de todo hasta hace ciento cincuenta años el ciclo de vida, aún en las sociedades avanzadas, era de unos treinta y cinco años, de tal forma que el matrimonio promedio terminaba con la muerte de uno de los dos integrantes después de diez o quince años. No es demasiado difícil que un matrimonio sobreviva este periodo.
Y con toda lucidez, dice más abajo:
En estos días la gente alcanza un promedio de vida de hasta setenta y cinco años, y los matrimonios tienen la posibilidad de durar medio siglo, si es que no interviene un divorcio. Como es difícil enfrentarse al pensamiento de cincuenta años con una persona cuyos defectos se vuelven absolutamente visibles después de cinco, el divorcio se ha generalizado y se llega a aceptar sin demasiada desaprobación social.
Y el bueno de Isaaac les dice esto a ustedes, mis estimados muchachos:
Respecto al matrimonio, ¿dónde queda el hombre? Mi propio sentimiento es que la liberación de la mujer también libera al hombre.
En los viejos días, la rutina era que la mujer no tuviera ninguna instrucción (¿para que querían una educación formal?). También se suponía, generalmente, que el cerebro de la mujer era biológicamente inferior al del hombre. Como resultado, un hombre daba por seguro que tenía que ser más brillante que su esposa, y que sería insoportablemente humillante que ella llegara a mostrar señales de ser más brillante que él. Ahí se originó el pensamiento (todavía generalizado, gracias a la tradición) de que una mujer joven debe ocultar su inteligencia y pretender que es tonta, y hasta imbécil, o “ningún hombre la buscará”. Normalmente, en una mujer la tontería es considerada “encantadora”. Y, por supuesto, si una mujer — por prudencia— nunca utiliza su cerebro, finalmente pierde la posibilidad de ponerlo en acción.
Estas cosas significaron que se suponía que un hombre viviera con una mujer estúpida. El deseo por el sexo se diluye rápidamente cuando se vuelve una actividad consuetudinaria, y una compañía tonta no es ningún placer. Entonces, y no a largo plazo, marido y mujer se cansaban uno del otro y vivían vidas de lo que Thoreau llamó “desesperación silenciosa”, o se divorciaban.
Hoy en día la mujer recibe instrucción, y el hombre puede esperar que su esposa sea tan inteligente como él y, en algunos aspectos, todavía más inteligente.
Si puede desprenderse de la reverencia tradicional hacia la tontería femenina, tendrá una mejor compañía y la apreciará durante más tiempo (la compatibilidad mental dura más que la física y, a la larga, es más grata).
A su vez, una mujer vivirá más satisfecha con un marido que no desconfíe de su inteligencia.
Es groso don Asimov, yo lo banco a full. Termina diciendo:
Para expresarlo tan brevemente como sea posible, un matrimonio entre iguales es más valioso que uno entre dos personas desiguales y que no se entienden. Tenemos la suerte suficiente para vivir en una época en la que, en una sociedad donde, ahora es posible. Debemos considerar nuestras bendiciones e intentar que esta posibilidad siga abierta en el futuro.
¡Amén!
Mi (o)posición frente al casamiento se forma en base a desmembrar la tradición y buscar la esencia de la cosa. ¿Qué es, finalmente, todo esto? ¿De qué se trata? ¿De algo para el afuera o para el adentro?
Si como dice Asimov, ya no necesito un hombre para que me dé sustento, me proteja, me ayude a procrear, me asegure techo y cobijo… ¿Para qué casarme?
El matrimonio como institución nació como un acuerdo comercial y después salieron a decir que era por amor. ¡Mentira! ¡El amor nunca fue parte del trato!
Por lo tanto, si la única razón válida que tengo hoy para casarme es el amor y es lo que nunca estuvo presente como detonante de la creación de ese sacramento, según la iglesia, o esa cuestión legal, según el registro civil… entonces ¿Para qué hacerlo?
Yo tuve la experiencia de la convivencia, fue hermosa, la disfruté mucho y sufrí mucho cuando la relación terminó. Pero lo bueno del caso es que el sufrimiento fue solo mío. No tuve que ventilarselo a nadie que no quisiera como jueces y abogados, no tuve a parientes preguntando “¿Cómo va lo del juicio?“, no tuve a alguien que diga “él se queda con esto y vos con aquello.”
Y así como no tuve eso, tampoco tuve el circo del vestido, la fiesta, la iglesia y las flores. Circo tradicional y montado para representar felicidad.
Y ojo, no quiero decir con esto que quienes se casen actúen esa felicidad. Habrá muchos que realmente la sienten.
Pero digo, ¿Cuántos de los que están ahí van por compromiso? ¿Cuántas familias están peleadas a muerte y hacen acto de presencia en bodas? ¿Tiene sentido poluir algo tan lindo como la celebración del amor de una pareja con toda esa fauna alrededor?
Para algunos si, vale la pena y lo harían de nuevo, y está muy bien y ese es su deseo.
A mi, la verdad, no me dá la cara para hacer esa teatralización. Y les juro que no tiene que ver con el amor. Es todo lo otro, todo el disfraz en el que va envuelto.
Y también es el después, el día siguiente. Porque seamos sinceros, hoy en día ¿Qué puede tener de novedosa una luna de miel? Son como vacaciones previas a los cincuenta años al lado de alguien, como dijo Asimov.
Y la verdad, dicho así, mucho glamour no tiene.
No hay forma de que me pare en un altar para decir al frente de todo el mundo: “Si, quiero. Y en cincuenta años voy a pensar lo mismo.”
Prefiero ser sincera y decir: “Che, no sé si de acá a 2058 voy a pensar igual. Y capaz que vos tampoco y ahora no te das cuenta de eso. ¿Te parece si vamos renovando el contrato un poco cada día?”
Y tengo que decir que con todos mis ex en algún momento se tocó el tema casamiento, más o menos seriamente. A alguno le dolió que le diga muy coloquialmente “A mi no me venís con esa pelotudez de casarnos” (que fue dicho en tono de joda y entre risas, no es que fue tan cruel como suena).
Pero a la larga entendió que el amor no es el papel, no es la iglesia, no son los suicidios sociales que uno hace enamorado y sin saber lo que es vivir con alguien y soportar la rutina, el día a día, lo cotidiano.
Y hoy andará contento por la vida por la ex novia que le dijo eso. De nada, mi estimado, de nada.
¿Viste que no te habías equivocado conmigo después de todo?
Eso si, a ese chico ninguna lo va a convencer de casarse, lo lamento por las que vinieron después de mi. 😛
Volviendo al tema, y viéndolo desde otro lugar, por eso se dice que es más fácil ser amante: porque es alguien que actúa cada tanto, poniéndole adrenalina a la cosa.
En cambio el/la pobre infeliz que es pareja estable está condenada a reinventarse todos los días, como si fuera un ave fénix que renace de sus cenizas cada mañana para cumplir con la promesa que hizo en un momento de su vida, hace, muchos, muchos, muchos años.
Para cerrar el asunto, me quedo con las palabras de Groucho Marx: “El matrimonio es una gran institución; siempre y cuando te guste vivir en una gran institución.”